GASTRONOMIA

jueves, 13 de octubre de 2011

AL-ÁNDALUS FRENTE AL MAGREB: EL “REY LOBO” DE MURCIA Y VALENCIA, Por Fernando José Sánchez Larroda. Profesor de Geografía e Historia


CASTILLO DE MONTEAGUDO, RESIDENCIA DEL REY LOBO



I.- EL “REY LOBO” ANTE LA HISTORIA.

En estas líneas vamos a hablar del legendario caudillo hispano-musulmán Muhammad ibn Mardanîsh. Denostado por los cronistas almohades y alabado por los cristianos (incluso por el mismísimo Papa),  esta figura señera de la Historia de España, encarnó el espíritu de resistencia nacional de Al-Ándalus frente a los musulmanes del Magreb a cualquier precio. En el siglo XII se convertirá en el gran protector de la Península frente a los almohades, como el cristiano Rodrigo Díaz de Vivar, el “Cid Campeador” lo fue frente a los almorávides en la centuria anterior.  En palabras del historiador español Claudio Sánchez Albornoz, el rey “lobo” luchará por un territorio, para él, patria común de los hispanos, indistintamente del credo que profesasen. Admirado y temido por sus enemigos por su valor, arrojo y astucia, convertirá a Mursiya” (Murcia), en la capital del mundo andalusí  durante los segundos reinos de “taifas” y permanecerá insumiso hasta su muerte.
Dinar Mohamad Ibn Saad AH 558 - 1163 Murcia

II.- AL-ANDALUS Y LAS INVASIONES DEL  NORTE DE ÁFRICA.

A.- Los almorávides (siglos XI y XII).

Con la desintegración del califato de Córdoba (1031), su territorio fue fraccionado en numerosos reinos independientes. Las disensiones entre los diferentes emires minaron la fuerza del Islam español. Mientas tanto los reinos del norte, contenidos con los dos primeros califas y Almanzor, reforzaron su presión sobre Al-Ándalus. Las “taifas” para sobrevivir, se vieron obligadas a pagar “parias”, tributos abusivos, a los cristianos, en concepto de vasallaje. Con  la caída de Toledo  (1085), en manos del rey castellano-leonés Alfonso VI, la alarma creció entre los hispano-musulmanes. Temerosos que las arbitrariedades cristianas fuesen subiendo de tono, aceptaron una difícil decisión: pedir ayuda al mundo musulmán extra-peninsular. El apoyo esperado lo encontraron en un poder emergente en el Atlas y el Magreb y que con el tiempo conquistó el sur de la Península Ibérica: los almorávides (al-Murābitun”), feroces grupos nómadas oriundos del Sahara, organizados como guerreros-monje, con nuevos sistemas de guerrear muy efectivos y portadores de una
Yusuf Abu Yaqub

severa visión del Islam. Llamados por el “emir” de la taifa” de Sevilla Al-Mu’tamid, pasaron el Estrecho al mando de su jefe Yusuf ibn Tasufin. Fanático seguidor del Profeta, ante la disipación doctrinal y la  gran tolerancia con judíos y cristianos, existentes en Al-Ándalus por una parte, y la posibilidad de hacerse con un ingente botín por otra, le llevaron a conquistar el país.

Derrotado Alfonso VI en Sagrajas (1086) y tras una corta tregua, en que los norteafricanos volvieron al Magreb, a partir de 1090 conquistaron reino tras reino. Tras el fracaso de recuperar Toledo (1090), defendida por Alfonso VI, ayudado por tropas aragonesas, se lanzaron a invadir Al-Ándalus. Entre 1090 y 1116, cayeron Granada, Tarifa, Sevilla, Córdoba, Carmona, Jaén, Murcia y Denia, Aledo (Murcia), Játiva, Alcira Lisboa, Badajoz, “Saraqusta” (Zaragoza) y Mallorca. Mientras tanto, Sark Al-Ándalus, estaba en manos de Rodrigo Díaz de Vivar el “Cid”, quien, desde 1094, se enseñoreaba de “Balansiya” (Valencia) y su fértil huerta, rechazando dos veces a los africanos (1094 y 1097). Muerto Rodrigo, Valencia fue gobernada por su viuda, Jimena y por Alfonso VI de Castilla y León, hasta su evacuación en 1102.

Finalizada la invasión, el primer imperio norteafricano español estabilizó el territorio. Siguiendo el Corán, suprimieron  las parias. Unificaron la moneda, relanzaron el comercio y reformaron la administración. Al tiempo, bajo el influjo de la refinada civilización andalusí, sus costumbres se suavizaron. Empero, su fanatismo siguió patente al forzar a los  judíos a pagar fuertes sumas de dinero para evitar su apostasía y al obligar a  convertirse a los “mozárabes”, que perdieron todos sus bienes. Desmoralizados, en Granada  llamaron en su auxilio al rey navarro-aragonés Alfonso I “El Batallador”, (1124), quien había arrebatado a los almorávides Zaragoza (1118). A cambio de su ayuda, le prometieron entregarle la ciudad. El rey cristiano, deseoso de librar una cruzada contra los africanos, comenzó una campaña militar victoriosa que probó la decadencia almorávide. Asimismo, cumplió con la palabra dada a los cristianos granadinos, al concederles la repoblación de la recién  reconquistada  ribera del Ebro, que se convirtió en la frontera oriental de sus reinos patrimoniales. Por estas fechas (1125), los territorios almorávides empezaban a ser agredidos por las  huestes almohades en ”Al-Magrib” (Magreb).

B.- Los almohades (siglos XII y XIII).

En el seno de los “zenata”, tribu beréber nómada de las llanuras magrebíes del sur del actual Marruecos, habían surgido, en el siglo XII, los almohades, grupo sectario fundamentalista, cuyo líder, Muhammad Ibn Tumar, quería reinstaurar la ortodoxia doctrinal, pervertida, según él,  al contacto con los musulmanes  europeos. Con esta mentalidad invadieron el imperio almorávide. Ante su imparable avance militar en el Magreb (1130),  los  almorávides retiraron parte de sus tropas  peninsulares para frenarles. Esta grave situación fue aprovechada por los hispano-musulmanes para sublevarse contra sus opresores (1140). El levantamiento nacionalista de  la población lusitana de Mértola (Alentejo), dirigido por Ibn Qasi (1144), marca el comienzo del período de las segundas “taifas”. Su derrota puso de nuevo en funcionamiento la misma cadena de errores cometidos con la primera oleada invasora norteafricana. Se volvió a considerar a los nuevos amos del norte de África como  “hermanos de fe” y no como potenciales enemigos. La crisis económica y la devaluación monetaria contribuyeron a aumentar el malestar interno, impidiendo advertir que el peligro que se aproximaba al próspero Al-Ándalus, sólo tenía un objetivo: substituir a los antiguos dueños en la estructura de poder, aplastando cualquier iniciativa nacionalista andalusí.
El rey Lobo

En la Península, los almohades se apoderaron de Al-Ándalus. Después sustituyeron todos los viejos órganos de gobierno  y  trasladaron la capitalidad del nuevo estado a Sevilla, en detrimento de Granada. Allí, como ostentación de su poder, erigieron magníficas construcciones, en la misma línea de  la estética de siglos anteriores, tales como la “Torre del Oro” y la “Giralda” (minarete de la mezquita mayor). Con la caída de Marraquech,  capital almorávide (1147), un nuevo imperio musulmán africano  sojuzgó España y el Magreb hasta el año 1212, que con la catástrofe de las Navas de Tolosa, comenzará un rápido declive. 

 Mientras que Al-Ándalus era arrasado por los africanos, los cristianos hispanos aprovecharon tanta confusión. Así, los castellano-leoneses, con su rey Alfonso VII a la cabeza, conquistaron Lisboa (1147) y reubicaron la “marca” lusa en las orillas del Tajo. Después, tomaron la plaza fuerte de Almería, antiguo arsenal omeya y estratégico puerto para controlar el Mar de Alborán, área más occidental del Al-āl-Baħr āl-Mutawāsiṭ” (Mediterráneo) y la zona oriental del Estrecho. Por su parte la Corona de Aragón acrecentó sus territorios (ampliados con las correrías de Alfonso I en 1118), con la incorporación en 1148, de Lérida y Tortosa. Los navarros, a su vez, sojuzgaron Tudela.

Será en este complicado marco histórico, político y militar, a caballo entre dos invasiones africanas, donde irrumpa la indomable figura de Muhammad ibn Mardanîsh, el “rey lobo” de Murcia y Valencia, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia peninsular frente a los fanáticos e intolerantes almohades, que expulsaron tanto a mozárabes y judíos (como Maimónides), como a los hispano musulmanes heterodoxos,  mucho más abiertos de mentalidad que los invasores.

 III.- IBN MARDANÎSH Y LA INSUMISIÓN NCIONALISTA DE SARK AL-ANDALUS.

A.- Medinat Afraga.

Antigua Mezquita. Museo de las Claras. El actual Convento de Las Claras, antiguo palacio y residencia invernal del Rey Lobo de Murcia
Muhammad ibn Abd Allah ibn Saad ibn Mardanîsh (“hijo de Martínez”), futuro emir independiente de Murcia y valencia, nace en el año 1124, en la localidad castellonense de Baniskula” (Peñíscola), en el seno de una antigua familia de pura cepa hispana, compuesta por  aristócratas muladís de origen mozárabe, afincados en la gran “taifa” de Zaragoza, que se vieron forzados a emigrar al sudeste peninsular. Desde muy joven demostró su valía e inteligencia. Así, por dicha razón, antes de cumplir los veinticinco años de edad fue nombrado gobernador de Medinat Afraga (Fraga, Huesca). Allí, al pie de los Pirineos, este aparentemente bisoño gobernante,  se convirtió en un personaje amado y popular, con una vida  bastante tranquila.  Poco ortodoxo con las reglas sociales musulmanas del momento, siempre hablaba en lengua romance (como en época omeya) y gustaba vestir al estilo hispano. Enamorado de la privilegiada civilización andalusí, escandalizaba a  sus coetáneos con su tendencia a la promiscuidad y al libertinaje. De hecho, su lujuria, es un hecho que resaltan y critican todos los documentos de la época. Siguiendo sus refinadas apetencias, mandó erigir una mansión en medio de una hacienda en tierras de regadío, en el paraje conocido como Avinganya  (nombre escogido en honor a su familiar Ibn Ganya,  responsable directo de la derrota y muerte del rey navarro-aragonés Alfonso I “el Batallador”, en julio de 1134, que tan graves consecuencias trajo al mundo cristiano).
Los habitantes de Fraga le dieron el sobrenombre por el que ha pasado a la Historia, “llop” (el “lop” o “lope” de los cronistas cristianos), que en lengua romance aragonesa quiere decir “lobo” (posiblemente en alusión a su sagacidad y valor), voz que subyace en los topónimos propios de esta zona pirenaica. Haciendo honor a su apodo, aprovechando las disensiones internas entre Zaragoza y Lérida, convirtió su distrito en una “taifa” independiente, demostrado, por primera vez, sus ansias nacionalistas frente a los invasores norteafricanos. Sin embargo, tuvo que renunciar a su recién estrenado principado, ante la evidencia del tremendo poder del conde de  Barcelona y esposo de la heredera de Aragón, Ramón Berenguer IV.

En octubre de 1149 rindió la localidad al catalán. El gran talento político de Mardanîsh se hizo patente en los pactos firmados con Ramón Berenguer, que favorecieron a la población autóctona. Así, cerca de cuatrocientas personas que no quisieron ir al exilio, obtuvieron tierras de huerta, la exención del pago del diezmo eclesiástico y el deseo cumplido, de regirse por la ley coránica. Todo ello, por supuesto, a cambio de jugosos tributos pagados al trono aragonés. El resto de los habitantes de Medinat Afraga, o bien se reubicaron en otras tierras más al sur (Caspe), aún ajenas a la Reconquista, o acompañaron al “lobo” a Murcia.

B.- Murcia.

En “Mursiya” sucedió a su tío Abeniyad. Dueño del territorio,  se independizó del reino de Granada, de un modo similar al llevado a cabo en la “taifa” pirenaica de Fraga, con respecto a la de Zaragoza. En política externa, al sentirse intimidado por los ejércitos granadinos, castellanos y aragoneses, creó un cordón defensivo territorial alrededor suyo que protegió con un cuerpo escogido de mercenarios cristianos (incluidos italianos y alemanes). Para cumplir con este ambicioso plan, anexionó una serie de  estratégicas localidades, tales como Albacete, Játiva, Denia, Jaén, Baza, Úbeda, Guadix, Carmona y Écija (muchas de ellas, conquistadas con la valiosa ayuda de milicias judías y cristianas). Con el paso del tiempo, el territorio bajo su dominio se engrandeció. En el momento de máximo esplendor contaba con poblaciones tan importantes como Albarracín, Cuenca, Chinchilla, Alcaraz, Almería, Granada (ésta, tomada por Ibn Hamuxk, señor de Jaén, suegro y lugarteniente del “lobo”), Cartagena, Orihuela y Valencia. En esta última  “taifa” quedó clara su capacidad al relevar a su tío Ibn Iyad al frente del gobierno local que, más tarde, delegó en su hermano Yusuf. En esta obsesión de cubrirse las espaldas frente a sus enemigos llegó a amenazar a núcleos tan importantes como las ciudades de Córdoba y Sevilla, lo que, a la larga, supondría su perdición.   

Hombre práctico y pragmático, restaba importancia a las ideologías y doctrinas religiosas. Por ello no dudó, para conseguir sus objetivos en política exterior, aliarse con los cristianos. Así lo hizo con los castellanos,  declarándose vasallo de Alfonso VII, a quien pagaba “parias” con tal de asegurarse la paz y su protección frente a los intransigentes almohades. Al acceder el monarca castellano a convertir Murcia en un protectorado de su corona, implícitamente estaba incitando a Mardanîsh a transformarse en adalid de la resistencia andalusí. Esta forma de actuar, unida a su gobierno interior hicieron de Murcia el “emirato” andalusí más próspero de la historia. Así, durante veinticinco años, Murcia será el foco de rebeldía y capital de Al-Ándalus.

En política interna,  su principal objetivo fue hacer de su “taifa”, un modelo económico a seguir. Lo consiguió mediante la puesta en funcionamiento de una sucesión de medidas muy precisas. La primera fue potenciar la agricultura de regadío en la vega del río Segura, mediante la creación de importantes obras hidráulicas como acequias, tuberías, acueductos y norias. También se pusieron en valor importantes explotaciones cerealistas, vitivinícolas y de olivares. Otro punto básico fue fomentar la artesanía local, basada en la producción de tejidos de seda, papel y cerámica de reflejos metálicos (muy apreciada en Europa, principalmente en Italia). Para agilizar el tráfico mercantil acuñó  moneda propia, el dinar de oro (al estilo de los califas omeyas). Murcia, durante este período alcanzó los 28.000 habitantes Para defender a la población, el “lobo” mando levantar un muro con una elevación de quince metros, resguardado por un talud, una antemuralla, casi un centenar de atalayas, seis accesos, un “alcázar” o castillo (“al-qasr”) y un palacio.  Completó el sistema defensivo murciano al norte, con la edificación de tres fortalezas al objeto de vigilar la huerta y al sur, con los baluartes del Puerto de la Cadena. Como complemento mandó edificar  bastiones en la zona del Mar Menor, y en el distrito del Valle del Ricote y la Vega Alta. Para su solaz, transformó los baluartes de Monteagudo y de Castillejo en residencia estival la primera y  lugar de ocio, la segunda.

Para mantener el orden entre sus súbditos mantuvo dos varas de medir: la generosidad sin límite (como hacía con sus tropas), para evitar la sedición, y la crueldad extrema para aquél que osaba sublevarse. Un ejemplo diáfano lo tenemos en la rebelión de un familiar suyo,  Yûsuf ibn Hilâl, quien, hacia 1148 se amotinó en Montornés (Castellón) y se lanzó a atacar “Balansiya” (Valencia) y su entorno, aprovechando que el “rey lobo” estaba en plena lucha por obtener el control de su ”taifa”. Capturado su pariente,  como represalia, mandó sacarle los ojos y encarcelarlo de por vida en Játiva En materia religiosa, a pesar de su fama de depravado y las reservas de los “ulemas” (doctores de la ley islámica), luchó por el mantenimiento de la escuela islámica ancestral de Al-Ándalus: la “Malikí”, como signo de identidad,  frente a la supuesta ortodoxia y obvia intolerancia de los nuevos invasores.

Ante la inaudita insurrección nacionalista de Mardanîsh, los primeros sultanes almohades (Abd Al-Mumin y Yusuf Abu Yaqub), atosigados por la guerra en el Magreb y en el centro y oeste peninsulares, optaron por la persuasión, con amenazas y ofertas beneficiosas. A todo ello el hispano respondió con su insolencia habitual, dispuesto a resistir hasta el final. Esta actitud despertó en los almohades una profunda mezcla de admiración, odio y miedo. Al-Mumin, en su lecho de muerte,  recomendó a su sucesor no  oponerse a sus empresas  y no atacarle en su reino hasta que la fortuna le fuese adversa. Sólo romperán hostilidades cuando el “lobo” con el propósito de arrojarles de la Península, les arrebate algunas jurisdicciones que ya obraban en su poder.

En 1157 los almohades asaltaron Almería. Mardanîsh se recuperó en 1159 y tomó Jaén, Baza, Úbeda atacando Córdoba y Sevilla. En 1160, gana “Medinat Garnata(Granada), ciudad que intentó retomar en 1163 a los invasores, siendo vencido. En 1165, como respuesta a sus ataques, los almohades armaron un gran ejército (“chund”), venido del Magreb y reforzado en Al-Ándalus, que le atacó en el núcleo de su “taifa”. El “lobo”, con trece mil guerreros cristianos, a pesar de su inferioridad numérica, les hizo frente. Tras la tremenda derrota sufrida frente a los africanos en Alhama (1165), población situada en el centro del territorio murciano, a 7,159 “leguas castellanas” (30 km.), de la capital, en el valle de Guadalentín o “Campo de Sangonera”(entre la Sierra Espuña y la Sierra de Carrascoy), huyó a Murcia, salvando de la masacre a sus tropas y a la población civil. Mientras tanto, el enemigo arrasó la vega murciana incluido el castillo de  Monteagudo. Por estas fechas los almohades asolaron la valiosa plaza fuerte de Moratalla, uno de los husn” del territorio del”lobo”, que durante su mandato había alcanzado gran importancia, con la construcción de alquerías y la afluencia de aristócratas murcianos.

La ruptura con su suegro, el “sidi” (señor) de Ŷaīyān”  (Jaén), propició que Mardanîsh y sus aliados, maltrechos ante las embestidas almohades, se lanzaran a ocupar el territorio jienense, de gran peso económico y estratégico para mantener la guerra. Este hecho sumado a los descalabros  padecidos en Granada  y Murcia frente a los almohades, la gran libertad observada en sus prácticas religiosas y la brutal presión tributaria a la que sometía a sus vasallos para sostener sus campañas, crearon un grave malestar interno, circunstancias que aprovecharon tanto aragoneses como castellanos para invadir el sector norte de su emirato. Debilitado por tener que combatir en dos frentes a la vez, en 1170 entrega como pago a sus servicios, mediante pacto, al magnate navarro Pedro Ruiz de Azagra, la población y tierras de  Albarracín (Teruel), que, de este modo se convertían en una pequeña “taifa” cristiana, independiente tanto de Castilla como de Aragón.  

El año 1171 fue amargo para Mardanîsh. Así, aguantó un nuevo asalto almohade en Murcia, que,  aunque repelido,  mermó la moral de la población que, harta de sangrientas luchas y de impuestos injustos, pensaba más en aceptar a los almohades que resistir. Por otra parte, la caída de la segunda joya de su corona, “Balansiya”,  acabó por hundir al rey. Tras la caída de la zona occidental del emirato, la muerte del insumiso y amargado “rey lobo” (1172),  puso fin a la rebeldía andalusí. Su familia entregó, cumpliendo sus deseos, el reino de Murcia a los almohades en el año 1172 a cambio de privilegios políticos y económicos. Aceptado el legado, los soberanos almohades, Abu Yaqub y Abu Yusuf casaron con dos de las hijas del “lobo”.

La resistencia renacerá de la mano de su nieto, Zayyan ibn Mardanîsh quien, aprovechando la decadencia almohade tras las “Navas de Tolosa”, asumió el mismo papel que el “lobo” en 1229, al arrebatarle el poder al gobernador almohade  de “Balansiya” Abu Zayd. Fue el último rey musulmán de Valencia, en el tercer período de ·taifas”. Entregó la ciudad en 1238, tras firmar una ventajosa paz para su gente, a Jaime I “el Conquistador” rey de Aragón, quien entró en ella oficialmente el nueve de octubre de dicho año.





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