CASTILLO DE MONTEAGUDO, RESIDENCIA DEL REY LOBO |
I.-
EL “REY LOBO” ANTE LA HISTORIA.
En estas líneas vamos a hablar del
legendario caudillo hispano-musulmán Muhammad ibn Mardanîsh.
Denostado por los cronistas almohades y alabado por los cristianos (incluso por
el mismísimo Papa), esta figura señera
de la Historia de España,
encarnó el espíritu de resistencia nacional de Al-Ándalus frente a los
musulmanes del Magreb a cualquier precio. En el siglo XII se convertirá en el
gran protector de la Península frente a los almohades, como el cristiano
Rodrigo Díaz de Vivar, el “Cid Campeador”
lo fue frente a los almorávides en la centuria anterior. En palabras del historiador español Claudio
Sánchez Albornoz, el rey “lobo” luchará
por un territorio, para él, patria común de los hispanos, indistintamente del
credo que profesasen. Admirado y temido por sus enemigos por su valor, arrojo y
astucia, convertirá a “Mursiya” (Murcia), en la capital del mundo andalusí
durante los segundos reinos de “taifas” y permanecerá
insumiso hasta su muerte.
Dinar Mohamad Ibn Saad AH 558 - 1163 Murcia |
II.-
AL-ANDALUS Y LAS INVASIONES DEL NORTE DE
ÁFRICA.
A.-
Los almorávides (siglos XI y XII).
Con la desintegración del califato de
Córdoba (1031), su territorio fue fraccionado en numerosos reinos
independientes. Las disensiones entre los diferentes emires minaron la fuerza
del Islam español. Mientas tanto los reinos del norte, contenidos con los dos
primeros califas y Almanzor, reforzaron su presión sobre Al-Ándalus. Las “taifas” para sobrevivir, se vieron
obligadas a pagar “parias”, tributos
abusivos, a los cristianos, en concepto de vasallaje. Con la caída de Toledo (1085), en manos del rey castellano-leonés
Alfonso VI, la alarma creció entre los hispano-musulmanes. Temerosos que las
arbitrariedades cristianas fuesen subiendo de tono, aceptaron una difícil
decisión: pedir ayuda al mundo musulmán extra-peninsular. El apoyo esperado lo
encontraron en un poder emergente en el Atlas y el Magreb y que con el tiempo
conquistó el sur de la Península Ibérica: los almorávides (“al-Murābitun”), feroces grupos nómadas oriundos
del Sahara, organizados como guerreros-monje, con nuevos sistemas de guerrear
muy efectivos y portadores de una
Yusuf Abu Yaqub |
severa visión del Islam. Llamados por el
“emir” de la “taifa” de Sevilla Al-Mu’tamid, pasaron el Estrecho al mando de su
jefe Yusuf ibn Tasufin. Fanático
seguidor del Profeta, ante la disipación doctrinal y la gran tolerancia con judíos y cristianos, existentes en Al-Ándalus por una parte,
y la posibilidad de hacerse con un ingente botín por otra, le llevaron a conquistar
el país.
Derrotado Alfonso VI en Sagrajas (1086)
y tras una corta tregua, en que los norteafricanos volvieron al Magreb, a
partir de 1090 conquistaron reino tras reino. Tras el fracaso de recuperar
Toledo (1090), defendida por Alfonso VI, ayudado por tropas aragonesas, se
lanzaron a invadir Al-Ándalus. Entre 1090 y 1116, cayeron Granada, Tarifa,
Sevilla, Córdoba, Carmona, Jaén, Murcia y Denia, Aledo (Murcia), Játiva, Alcira
Lisboa, Badajoz, “Saraqusta” (Zaragoza)
y Mallorca. Mientras tanto, Sark Al-Ándalus, estaba en manos de Rodrigo Díaz de
Vivar el “Cid”, quien, desde 1094, se
enseñoreaba de “Balansiya” (Valencia)
y su fértil huerta, rechazando dos veces a los africanos (1094 y 1097). Muerto
Rodrigo, Valencia fue gobernada por su viuda, Jimena y por Alfonso VI de
Castilla y León, hasta su evacuación en 1102.
Finalizada la invasión, el primer imperio
norteafricano español estabilizó el territorio. Siguiendo el Corán,
suprimieron las “parias”. Unificaron la moneda, relanzaron el
comercio y reformaron la administración. Al tiempo, bajo el influjo de la
refinada civilización andalusí, sus costumbres se suavizaron. Empero, su fanatismo
siguió patente al forzar a los judíos a
pagar fuertes sumas de dinero para evitar su apostasía y al obligar a convertirse a los “mozárabes”, que perdieron todos sus bienes. Desmoralizados, en
Granada llamaron en su auxilio al rey
navarro-aragonés Alfonso I “El
Batallador”, (1124), quien había arrebatado a los almorávides Zaragoza
(1118). A cambio de su ayuda, le prometieron entregarle la ciudad. El rey
cristiano, deseoso de librar una cruzada contra los africanos, comenzó una
campaña militar victoriosa que probó la decadencia almorávide. Asimismo,
cumplió con la palabra dada a los cristianos granadinos, al concederles la
repoblación de la recién reconquistada ribera del Ebro, que se convirtió en la frontera
oriental de sus reinos patrimoniales. Por estas fechas (1125), los territorios almorávides
empezaban a ser agredidos por las huestes
almohades en ”Al-Magrib” (Magreb).
B.-
Los almohades (siglos XII y XIII).
En el seno de los “zenata”, tribu beréber
nómada de las llanuras magrebíes del sur del actual Marruecos, habían surgido,
en el siglo XII, los almohades, grupo sectario fundamentalista, cuyo líder, Muhammad
Ibn Tumar, quería reinstaurar la ortodoxia doctrinal, pervertida, según él, al contacto con los musulmanes europeos. Con esta mentalidad invadieron el imperio
almorávide. Ante su imparable avance militar en el Magreb (1130), los almorávides retiraron parte de sus tropas peninsulares para frenarles. Esta grave
situación fue aprovechada por los hispano-musulmanes para sublevarse contra sus
opresores (1140). El levantamiento nacionalista de la población lusitana de Mértola (Alentejo), dirigido por Ibn
Qasi (1144), marca el comienzo del período de las segundas “taifas”. Su derrota puso de nuevo en funcionamiento la misma
cadena de errores cometidos con la primera oleada invasora norteafricana. Se volvió
a considerar a los nuevos amos del norte de África como “hermanos
de fe” y no como potenciales enemigos. La crisis económica y la devaluación
monetaria contribuyeron a aumentar el malestar interno, impidiendo advertir que
el peligro que se aproximaba al próspero Al-Ándalus, sólo tenía un objetivo: substituir
a los antiguos dueños en la estructura de poder, aplastando cualquier
iniciativa nacionalista andalusí.
El rey Lobo |
En la Península, los almohades se
apoderaron de Al-Ándalus. Después sustituyeron todos los viejos órganos de
gobierno y trasladaron la capitalidad del nuevo estado a
Sevilla, en detrimento de Granada. Allí, como ostentación de su poder,
erigieron magníficas construcciones, en la misma línea de la estética de siglos anteriores, tales como
la “Torre del Oro” y la “Giralda” (minarete de la mezquita mayor).
Con la caída de Marraquech, capital almorávide
(1147), un nuevo imperio musulmán africano sojuzgó España y el Magreb hasta el año 1212,
que con la catástrofe de las Navas de Tolosa, comenzará un rápido declive.
Mientras que Al-Ándalus era arrasado por los
africanos, los cristianos hispanos aprovecharon tanta confusión. Así, los
castellano-leoneses, con su rey Alfonso VII a la cabeza, conquistaron Lisboa (1147)
y reubicaron la “marca” lusa en las
orillas del Tajo. Después, tomaron la plaza fuerte de Almería, antiguo arsenal
omeya y estratégico puerto para controlar el Mar de Alborán, área más
occidental del “Al-āl-Baħr āl-Mutawāsiṭ” (Mediterráneo) y la zona oriental
del Estrecho. Por su parte la Corona de Aragón acrecentó sus territorios (ampliados
con las correrías de Alfonso I en 1118), con la incorporación en 1148, de
Lérida y Tortosa. Los navarros, a su vez, sojuzgaron Tudela.
Será en este complicado marco histórico,
político y militar, a caballo entre dos invasiones africanas, donde irrumpa la
indomable figura de Muhammad ibn Mardanîsh, el “rey lobo” de Murcia y Valencia,
convirtiéndose en un símbolo de la resistencia peninsular frente a los
fanáticos e intolerantes almohades, que expulsaron tanto a mozárabes y judíos
(como Maimónides), como a los hispano musulmanes heterodoxos, mucho más abiertos de mentalidad que los
invasores.
III.-
IBN MARDANÎSH Y LA INSUMISIÓN NCIONALISTA DE SARK AL-ANDALUS.
A.-
Medinat Afraga.
Antigua Mezquita. Museo de las Claras. El actual Convento de Las Claras, antiguo palacio y residencia invernal del Rey Lobo de Murcia |
Muhammad ibn Abd Allah ibn
Saad ibn Mardanîsh (“hijo de Martínez”),
futuro emir independiente de Murcia y valencia, nace en el año 1124, en la
localidad castellonense de “Baniskula” (Peñíscola),
en el seno de una antigua familia de pura cepa hispana, compuesta por aristócratas muladís de origen mozárabe,
afincados en la gran “taifa” de
Zaragoza, que se vieron forzados a emigrar al sudeste peninsular. Desde muy
joven demostró su valía e inteligencia. Así, por dicha razón, antes de cumplir
los veinticinco años de edad fue nombrado gobernador de Medinat Afraga (Fraga,
Huesca).
Allí, al pie de los Pirineos, este aparentemente bisoño gobernante, se convirtió en un personaje amado y popular,
con una vida bastante
tranquila. Poco ortodoxo con las
reglas sociales musulmanas del momento, siempre hablaba en lengua romance (como
en época omeya) y gustaba vestir al estilo hispano. Enamorado de la privilegiada
civilización andalusí, escandalizaba a sus coetáneos con su tendencia a la
promiscuidad y al libertinaje. De hecho, su lujuria, es un hecho que resaltan y
critican todos los documentos de la época. Siguiendo sus refinadas apetencias, mandó
erigir una mansión en medio de una hacienda en tierras de regadío, en el paraje
conocido como Avinganya (nombre escogido
en honor a su familiar Ibn Ganya, responsable
directo de la derrota y muerte del rey navarro-aragonés Alfonso I “el Batallador”, en julio de 1134, que
tan graves consecuencias trajo al mundo cristiano).
Los habitantes de Fraga le dieron el
sobrenombre por el que ha pasado a la Historia, “llop” (el “lop” o “lope” de los cronistas cristianos), que
en lengua romance aragonesa quiere decir “lobo”
(posiblemente en alusión a su sagacidad y valor), voz que subyace en los topónimos propios de esta zona pirenaica. Haciendo
honor a su apodo, aprovechando las disensiones internas entre Zaragoza y
Lérida, convirtió su distrito en una “taifa”
independiente, demostrado, por primera vez, sus ansias nacionalistas frente a
los invasores norteafricanos. Sin embargo, tuvo que renunciar a su recién
estrenado principado, ante la evidencia del tremendo poder del conde de Barcelona y esposo de la heredera de Aragón,
Ramón Berenguer IV.
En octubre de 1149 rindió la localidad
al catalán. El gran talento político de Mardanîsh se hizo patente en los pactos
firmados con Ramón Berenguer, que favorecieron a la población autóctona. Así,
cerca de cuatrocientas personas que no quisieron ir al exilio, obtuvieron
tierras de huerta, la exención del pago del diezmo eclesiástico y el deseo
cumplido, de regirse por la ley coránica. Todo ello, por supuesto, a cambio de
jugosos tributos pagados al trono aragonés. El resto de los habitantes de
Medinat Afraga, o bien se reubicaron en otras tierras más al sur (Caspe), aún
ajenas a la Reconquista, o acompañaron al “lobo”
a Murcia.
B.-
Murcia.
En “Mursiya”
sucedió a su tío Abeniyad. Dueño del territorio, se independizó del reino de
Granada, de un modo similar al llevado a cabo en la “taifa” pirenaica de Fraga, con respecto a la de Zaragoza. En
política externa, al sentirse intimidado por los ejércitos granadinos,
castellanos y aragoneses, creó un cordón defensivo territorial alrededor suyo
que protegió con un cuerpo escogido de mercenarios cristianos (incluidos
italianos y alemanes). Para cumplir con este ambicioso plan, anexionó una serie
de estratégicas localidades, tales como Albacete,
Játiva, Denia, Jaén, Baza, Úbeda, Guadix, Carmona y Écija (muchas de ellas,
conquistadas con la valiosa ayuda de milicias judías y cristianas). Con el paso
del tiempo, el territorio bajo su dominio se engrandeció. En el momento de
máximo esplendor contaba con poblaciones tan importantes como Albarracín,
Cuenca, Chinchilla, Alcaraz, Almería, Granada (ésta, tomada por Ibn Hamuxk,
señor de Jaén, suegro y lugarteniente del “lobo”),
Cartagena, Orihuela y Valencia. En esta última “taifa”
quedó clara su capacidad al relevar a su tío Ibn Iyad al frente del gobierno
local que, más tarde, delegó en su hermano Yusuf. En esta obsesión de cubrirse
las espaldas frente a sus enemigos llegó a amenazar a núcleos tan importantes
como las ciudades de Córdoba y Sevilla, lo que, a la larga, supondría su
perdición.
Hombre práctico y pragmático, restaba
importancia a las ideologías y doctrinas religiosas. Por ello no dudó, para
conseguir sus objetivos en política exterior, aliarse con los cristianos. Así
lo hizo con los castellanos, declarándose
vasallo de Alfonso VII, a quien pagaba “parias”
con tal de asegurarse la paz y su protección frente a los intransigentes
almohades. Al acceder el monarca castellano a convertir Murcia en un
protectorado de su corona, implícitamente estaba incitando a Mardanîsh a
transformarse en adalid de la resistencia andalusí. Esta forma de actuar, unida
a su gobierno interior hicieron de Murcia el “emirato” andalusí más próspero de la historia. Así, durante
veinticinco años, Murcia será el foco de rebeldía y capital de Al-Ándalus.
En política interna, su principal objetivo fue hacer de su “taifa”, un modelo económico a seguir.
Lo consiguió mediante la puesta en funcionamiento de una sucesión de medidas
muy precisas. La primera fue potenciar la agricultura de regadío en la vega del
río Segura, mediante la creación de importantes obras hidráulicas como
acequias, tuberías, acueductos y norias. También se pusieron en valor
importantes explotaciones cerealistas, vitivinícolas y de olivares. Otro punto básico fue fomentar la
artesanía local, basada en la producción de tejidos de seda, papel y cerámica de reflejos metálicos (muy apreciada
en Europa, principalmente en Italia). Para agilizar el tráfico mercantil acuñó moneda propia, el dinar de oro (al estilo de los califas omeyas). Murcia,
durante este período alcanzó los 28.000 habitantes Para
defender a la población, el “lobo”
mando levantar un muro con una elevación de quince metros, resguardado por un
talud, una antemuralla, casi un centenar de atalayas, seis accesos, un “alcázar” o castillo (“al-qasr”) y un palacio. Completó el sistema defensivo murciano al
norte, con la edificación de tres fortalezas al objeto de vigilar la huerta y
al sur, con los
baluartes del Puerto de la Cadena. Como complemento mandó edificar bastiones en la zona del Mar Menor, y en el
distrito del Valle del Ricote y la Vega Alta. Para su solaz, transformó los
baluartes de Monteagudo y de Castillejo en residencia estival la primera y lugar de ocio, la segunda.
Para mantener el orden entre sus
súbditos mantuvo dos varas de medir: la generosidad sin límite (como hacía con
sus tropas), para evitar la sedición, y la crueldad extrema para aquél que
osaba sublevarse. Un ejemplo diáfano lo tenemos en la rebelión de un familiar
suyo, Yûsuf ibn Hilâl, quien, hacia 1148
se amotinó en Montornés (Castellón) y se lanzó a atacar “Balansiya” (Valencia) y su entorno, aprovechando que el “rey lobo” estaba en plena lucha por
obtener el control de su ”taifa”.
Capturado su pariente, como represalia,
mandó sacarle los ojos y encarcelarlo de por vida en Játiva En materia
religiosa, a pesar de su fama de depravado y las reservas de los “ulemas” (doctores de la ley islámica),
luchó por el mantenimiento de la escuela islámica ancestral de Al-Ándalus: la “Malikí”, como signo de identidad, frente
a la supuesta ortodoxia y obvia intolerancia de los nuevos invasores.
Ante la inaudita insurrección nacionalista
de Mardanîsh, los primeros sultanes almohades (Abd Al-Mumin y Yusuf Abu Yaqub),
atosigados por la guerra en el Magreb y en el centro y oeste peninsulares, optaron
por la persuasión, con amenazas y ofertas beneficiosas. A todo ello el hispano
respondió con su insolencia habitual, dispuesto a resistir hasta el final. Esta
actitud despertó en los almohades una profunda mezcla de admiración, odio y
miedo. Al-Mumin, en su lecho de muerte,
recomendó a su sucesor no
oponerse a sus empresas y no atacarle
en su reino hasta que la fortuna le fuese adversa. Sólo romperán hostilidades
cuando el “lobo” con el propósito de
arrojarles de la Península, les arrebate algunas jurisdicciones que ya obraban
en su poder.
En 1157 los almohades asaltaron Almería.
Mardanîsh se recuperó en 1159 y tomó Jaén, Baza, Úbeda atacando Córdoba y Sevilla.
En 1160, gana “Medinat Garnata” (Granada), ciudad que intentó retomar
en 1163 a los invasores, siendo vencido. En 1165, como respuesta a sus ataques,
los almohades armaron un gran ejército (“chund”),
venido del Magreb y reforzado en Al-Ándalus, que le atacó en el núcleo de su “taifa”. El “lobo”, con trece mil guerreros cristianos, a pesar de su
inferioridad numérica, les hizo frente. Tras la tremenda derrota sufrida frente
a los africanos en Alhama (1165), población situada en el centro del territorio
murciano, a 7,159 “leguas castellanas” (30
km.), de la capital, en el valle de Guadalentín o “Campo de Sangonera”(entre la Sierra Espuña y la Sierra de Carrascoy), huyó a
Murcia, salvando de la masacre a sus tropas y a la población civil. Mientras
tanto, el enemigo arrasó la vega murciana incluido el castillo de Monteagudo. Por estas
fechas los almohades asolaron la valiosa plaza fuerte de Moratalla, uno de los” husn” del territorio del”lobo”, que durante su mandato había
alcanzado gran importancia, con la construcción de alquerías y la afluencia de
aristócratas murcianos.
La ruptura con su suegro, el “sidi” (señor) de “Ŷaīyān” (Jaén),
propició que Mardanîsh y sus aliados, maltrechos ante las embestidas
almohades, se lanzaran a ocupar el territorio jienense, de gran peso económico
y estratégico para mantener la guerra. Este hecho
sumado a los descalabros padecidos
en Granada y Murcia frente a
los almohades, la gran libertad observada en sus prácticas religiosas y la
brutal presión tributaria a la que sometía a sus vasallos para sostener sus campañas,
crearon un grave malestar interno, circunstancias que aprovecharon tanto
aragoneses como castellanos para invadir el sector norte de su emirato. Debilitado por tener
que combatir en dos frentes a la vez, en 1170 entrega como pago a sus
servicios, mediante pacto, al magnate navarro Pedro Ruiz de Azagra, la
población y tierras de Albarracín
(Teruel), que, de este modo se convertían en una pequeña “taifa” cristiana, independiente tanto de Castilla como de Aragón.
El año 1171 fue amargo para Mardanîsh.
Así, aguantó un nuevo asalto almohade en Murcia, que, aunque repelido, mermó la moral de la población que, harta de
sangrientas luchas y de impuestos injustos, pensaba más en aceptar a los
almohades que resistir. Por otra parte, la caída de la segunda joya de su
corona, “Balansiya”, acabó por hundir al rey. Tras la caída de la
zona occidental del emirato, la muerte del insumiso y amargado “rey
lobo” (1172), puso fin a la rebeldía
andalusí. Su familia entregó, cumpliendo sus deseos, el reino de Murcia a los
almohades en el año 1172 a cambio de privilegios políticos y económicos. Aceptado
el legado, los soberanos almohades, Abu Yaqub y Abu Yusuf casaron con dos de
las hijas del “lobo”.
La resistencia renacerá de
la mano de su nieto, Zayyan ibn Mardanîsh quien, aprovechando la decadencia almohade tras las “Navas de Tolosa”, asumió el mismo papel que el “lobo”
en 1229, al arrebatarle el poder al gobernador almohade de “Balansiya”
Abu Zayd. Fue el último rey musulmán de Valencia, en el tercer período de ·taifas”. Entregó la ciudad en 1238,
tras firmar una ventajosa paz para su gente, a Jaime I “el Conquistador” rey de Aragón, quien entró en ella oficialmente
el nueve de octubre de dicho año.
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2.003.
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