GASTRONOMIA

jueves, 26 de mayo de 2011

PASEO POR EL CAMINO DE SANTIAGO, por Jesús María Ruiz-Ayucar


San Cebrian de Mazote

          Las mimosas han perdido su electricidad amarilla anunciando el comienzo de la primavera. Los almendros dejaron de florecer para proporcionarnos su fruto y poder almacenarlo para las fiestas de navidad. Sus almendras nos darán unos turrones exquisitos, llenos de recuerdos de la infancia, cuando solamente existían el “duro” y el “blando”. A mi me gustaba más el duro, pero ahora prefiero el blando. Las muelas no me dejan apreciar toda su sabiduría, todo el color de su sabor. Pero no importa, el blando llena lo mismo que el otro.
                Los árboles dan vida y alimento, vida a las ciudades y al campo. Nada hay más triste que una ciudad sin árboles. Y en España no son sus ciudades muy dadas a proporcionar amplias zonas arboladas, los suelos son muy apreciados para llenarlos de ladrillos y asfalto, y claro, así no es posible vivir como deberíamos.
                Se ha cantado a los pinos de Roma, a sus olivos con alturas desconocidas en España. Aquí solamente existen olivos para que produzcan aceite y aceitunas, pero no para que adornen. Se les poda, se les machaca sanguinariamente y quedan enanos. Son como experiencias que realizaban algunos salvajes con los seres humanos para experimentar nuevas técnicas. Los judíos saben mucho de estas experiencias. Pues así como los olivos, manzanos y otros árboles: solo sirven para producir, para obtener dinero. O los jíbaros reduciendo las cabezas de los muertos.
                Pocos son tan bellos como los manzanos en flor. Su blanco es absolutamente puro. Ni Zurbarán fue capaz de obtener con sus oraciones frailunas un color tan perfecto. Ni con los blancos de los almendros.
                Pero el árbol no solo produce color para quienes solamente los tenemos como elementos bellos o productores de oxígeno. Las ciudades deben llenarse árboles para la meditación bajo su sombra. Una oración bajo un pino piñonero, o bajo una encina en forma de paraguas es una oración completa, una oración que con seguridad llega a lo más elevado, allá donde no alcanza nuestra mirada.
                Todas las poblaciones desnudas que tenemos en Castilla son ciudades llenas de historia, pero tristes; ciudades cuya enorme belleza postrada se reduce a los muros de una iglesia perdida, deshabitada, oculta a las miradas de los creyentes. Iglesias como La Anunciada, San Cebrián de Mazote o san Miguel de la Escalada donde la soledad se encuentra solamente con la compañía de aromas de tomillo y terreno pedregal. Y si paseáis por el norte de Palencia os encontraréis con numerosas iglesias románicas en pueblos despoblados, iglesias destinadas a desaparecer por el paso de la soledad, del tiempo y de la imposibilidad de cuidar tanta obra de arte que por esas tierras existe.
Rio Adaja a su paso por Ávila, Foto de la colección de José Luis Pajares
                Castilla y León posee el cincuenta por ciento del patrimonio histórico y artístico de España y la Comunidad Autónoma no tiene presupuesto para recuperar tanta riqueza, tantas piedras que se van cayendo trozo a trozo ante la asombrada mirada de quien sabe apreciar tanto arte. Esos pueblos no pueden enfrentarse a la recuperación de la iglesia perdida en un perdido pueblo. Allí solamente reside sola la soledad a quien de vez en cuando visitan unas personas que no quieren perderse el gran espectáculo del románico castellano.
                El adobe invade estas poblaciones del norte de Palencia y de León, con pueblos casi derrumbados, balcones hechos añicos. Pero nos iluminan las piedras eternas de sus vetustas iglesias, que no se sabe cómo resisten.
                El turismo proporciona un respiro a algunas de estas ciudades, villas o lugares, pues hay mucho que ver, mucho que disfrutar en esa soledad y muchos caminos que recorrer para no perderse una iglesia escondida en un valle al que hay que llegar serpenteando una carretera estrecha para toparse con una pequeña maravilla
                De vez en cuando un río culebrea por las llanuras castellanas, por la Vieja Castilla. Esta tierra posee numerosos ríos con nombres que son historia: el Adaja, que pasa por Ávila y Arévalo; el Torío y Bernesga, por León, el Carrión, atravesando la bella ciudad de Carrión de los Condes; el Duero, largo como él solo, río que nace en Soria y va a morir a Portugal; el Zapardiel en Medina del Campo y el Jerga por Astorga. Ríos con sonoridad de historia: Pisuerga, Órbigo, Cea, Esla, Valderaduey. ¡Cuánta historia almacenan estos nombres! Pero qué escasez de vida en los campos, cuanta soledad en sus páramos solitarios. De vez en cuando un arbusto, un árbol, junto al río para recuerdo de que existen. O un pinar que alegra el paisaje, como en Arévalo.
Nuestra Señora de la Anunciada, Urueña, Valladolid
                Algunas poblaciones alojan paseos de bellas arboledas, como el que se alinea junto al Bernesga en León, paseo de castaños donde se recrean los viejos con sus viejos recuerdos; donde pasean sentados en sillas de ruedas personas que perdieron su capacidad de moverse, como los pueblos de Castilla que han olvidado en muchas ocasiones que existe el progreso.
Casa del Tratado de Tordesillas, Tordesillas, Valladolid
                Pero si las arboledas resplandecen por su carencia, el arte inunda sus pueblos: Nª Sª de la Anunciada, en Urueña, ciudad reducida pero donde abundan las librerías para adquirir ejemplares extraños; La Casa del Tratado, San Antolín y monasterio de santa Clara, en Tordesillas, ciudad de recuerdos de la historia de España, bañada por el Duero y con un puente que apabulla, ciudad donde se firmó uno de tratados más importantes de España y donde Juana de Castilla estuvo prisionera mucho tiempo; catedral y san Isidoro en León, catedral cuya luz inunda esplendorosa su interior, y una iglesia de san Isidoro que hay que mirar con asombro y un parador nacional dedicado a san Marcos, sencillamente único; palacio de Gaudí y catedral, en Astorga, una de las obras de cuento y una plaza con los maragatos dando mazazos a las campanas del reloj; iglesia de la Asunción, en Villarmún, pobre de construcción pero bella en su sencillez; el rollo de Villalón de Campos, monumento nacional; Paredes de Nava, donde nacieron el poeta Jorge Manrique, y los pintores y escultores, padre e hijo, Pedro y Alonso de Berruguete; villa romana de La Olmeda, en Pedrosa de la Vega, visita obligada para quien sienta en su corazón lo antiguo bueno que nos legó Roma y que se ha recuperado para delicia de los amantes de la arqueología; catedral de Palencia, con una cripta llena de intensa armonía. Y ¡por fin! san Martín de Frómista. Grande entre las grandes; bella, bellísima. Merece una escapada para verla. No, no se me olvida, ¡cómo podría olvidarse!, el arte hecho soledad, camino tortuoso, curvas constantes, y allá en lo más hondo la ya citada San Miguel de la Escalada, casi sepultada en una zona perdida de la civilización, en la llamada Ruta Escondida, próxima al río Esla, donde el arte se encuentra por doquier, Santa María de Gradefes, puro románico del siglo XII; o san Pedro de Eslonza monasterio fundado en el siglo X. Pero hay más, hay una arquitectura popular, con casas que luchan con la historia, que permanecen tal cual se construyeron en tiempos remotos, casas de campo hechas de un barro macizo, tenaz; puentes que los  siglos que no han podido con ellos y continúan sirviendo a los caminantes del Camino de Santiago, y a quienes laborean el campo.
Basílica de San Isidoro, León
Pateón de los Reyes en
la Basílica de San Isidoro, León
                En León o en Astorga palacios de Blancanieves construidos por Gaudí, o el ayuntamiento de esas ciudades llenos de armonía, aunque en León han construido uno que dicen que es más funcional, pero deja mucho que desear.
                El hostal de San Marcos es un lugar para residencia de dioses del Olimpo, por todo lo que reúne en su interior, lujo, arte, pinacoteca por todas partes y una buena comida.
                Uno recorre las tierras y se acuerda de los reinos medievales, los monarcas reconquistadores y peleas por tierras inhóspitas. Tierras que había que luchar con una bravura inusitada para mantenerlas en el poder del rey de turno, cristiano o moro. Tierras salvajes, frías como ellas solas, en su inmensa soledad.
                Pero la historia surge por todas partes, historia militar mezclada con la vida espiritual, pues en todas partes se encuentran fortalezas hechas iglesias románicas. El románico es el espíritu de oración recogido en todo el norte de Palencia, mezclado con la luminosidad del gótico esplendoroso de la catedral de León. Luz, luz para iluminar la oración y que llegue a lo más alto, como las ojivas que sujetan tanta altura.
Santa María de Gradefes, León
                Esto pueblos se sienten orgullosos de su historia, y de su libertad. Para ello construyeron su rollo jurisdiccional, símbolo del orgullo de ser villa y poder impartir justicia. En pueblos como Villalón de Campos o Itero de la Vega tienen unos rollos que son la envidia de las demás villas, tal es su categoría arquitectónica. El primero con menos de dos mil habitantes, pero el segundo no alcanza los doscientos.
                Toda esta tierra destila historia mezclada con religión, no en vano por todas partes nos encontramos con el Camino, sin tener que aclarar que es el de Santiago. Por todas partes se ven los peregrinos, con sol, con lluvia, con frío, con sol de justicia. El peregrino tiene alojamiento por todas partes, y en todos los lugares se le respeta y se le acoge en las hospederías y muchas poblaciones tienen el sobrenombre “del Camino”, y la Virgen del Camino es la guía de los caminantes, aunque quien hace el camino no sea religioso.
San Martín de Frómista, Palencia
                Y tampoco me olvido de la gastronomía. Y no me puedo olvidar de las alubias de la Vanesa, obra de arte gastronómico, ni del cochinillo de Arévalo, ni del cocido maragato, ni de las mantecadas y hojaldres de Astorga, ni de la morcilla leonesa que me la descubrió mi amigo Cipriano, o de la cecina de Palencia.
                Pero todo esto está sin apenas árboles; llanuras, parameras, tierra desolada. Aunque hay que reconocer que en la comarca del Páramo los regadíos abundan, y extrañan, pues no es normal que en tierra tan desolada puedan encontrarse amplias zonas donde los aspersores semejan lluvia para alimento de sus tierras.
                Uno que es creyente y tiene una fe legada por los padres cree que el Camino de Santiago tiene varias formas de realizarlo, según lo que se desee. Hay quien solamente busca el sacrificio de caminarlo con el tiempo que haga. De esa manera se hace un turismo de naturaleza, de sacrificio para llegar tras muchas jornadas de caminatas a la sin par catedral de Santiago y ganar el jubileo. Otros hacen los kilómetros finales, lo cual no tiene mérito, pues caminan y luego les recoge un coche para llevarles al lugar de dormir. Los hay que vienen del extranjero para recorrer las tierras hispanas y entrar en la profundidad de las mismas, unos a pie, otros en bici. Mérito verdadero, pues ni los españoles se atreven a llevar a cabo semejante proeza.
Sos del Rey Católico, Zaragoza
Y, por fin, otros hacen el Camino siguiendo una tradición de siglos para contemplar los paisajes, visitar las hermosísimas iglesias y arrodillarse para rezar una oración, los monasterios centenarios con escasez de religiosos, donde a veces se pueden adquirir dulces deliciosos. Paisajes llenos de recuerdos de la historia, nombres sonoros, bellísimos, ríos serpenteando por sus llanuras. ¡Cuánta historia tiene esta tierra! Castillos que recuerdan hechos novelescos, personajes heroicos, hechos que nos hacen pensar en cuentos del Guerrero del Antifaz, en hombres recios forjados en el crisol de la batalla, en la lucha contra la adversidad.
Puente de la Reina, Navarra
El Camino de Santiago nos llena de aventuras, de arte, de geografía y de historia, nos hace conocer una importante parte de una España maravillosa, cuando otros se alejan a países exóticos, a playas donde la muchedumbre se aglomera como en manadas de pingüinos, sin espacios abiertos.

Recientemente he realizado el Camino recorriendo su tramo medio, visitando todo lo visitable, el cual he dejado reflejado más arriba. Últimamente corrí su inicio así como el tramo final del Camino Aragonés, desde Roncesvalles hasta Burgos, recorriendo poblaciones como Zubiri, Pamplona, el castillo de Olite, el de Javier, el monasterio de La Oliva, el de Leyre, Sangüesa, Sos del Rey Católico, Obanos, Estella, de donde procede parte de mi familia, y el centro neurálgico donde se unen los dos caminos, Puente La Reina. Dejo esta experiencia para otra ocasión, pues con lo dicho hasta ahora hay bastante

No hay comentarios:

Publicar un comentario