Mezquita de Córdoba, Foto: www.artencordoba.com |
La decoración juega un papel central en el arte islámico, ya que se trata de su elemento primordial, siempre presente en todos los lugares y en todas las épocas del arte musulmán. En suma, es el factor artístico que confiere al arte islámico su evidente unidad a través del espacio y del tiempo.
Un monumento islámico se caracteriza más por su decoración que por su estructura. El espacio se encuentra definido por las superficies ---el suelo, las cuatro paredes y el techo---, y toda la superficie se halla articulada por la decoración, de modo que se establece una estrecha e íntima relación entre ésta y el espacio.
La decoración lo invade todo; aparece revistiendo no solamente los planos arquitectónicos, sino también los objetos, y ello con independencia de los materiales (ladrillo, azulejo, estuco, madera, textiles, metales, etc.), de las técnicas y de la escala monumental. Es un continuo espacial que lo llena todo: ornamenta suelos, muros y techos y se prolonga en los objetos de uso cotidiano, en tapices, alfombras, cortinas, cojines y hasta en la propia vestimenta.
Oyendo a Mahoma |
El otro principio compositivo es el de la tendencia a la estilización o a la abstracción, es decir a la desnaturalización de las formas naturales. El arte islámico, a diferencia del occidental, no tiene como fórmula la imitación de la naturaleza. Todo lo contrario. El musulmán piensa que toda imitación fiel de la naturaleza, toda tentativa por crear una obra “con vida” es un acto de impiedad que enfrenta al hombre como rival de Dios, el único Creador. Por ello el arte musulmán prefiere lo no figurativo, lo geométrico o lo epigráfico; tiende a la estilización haciendo “descender un grado” toda la vida y tratando al hombre como una caricatura, al animal como una planta, a la planta como una geometría
Reales Alcázares de Sevilla |